El fin de año invita a hacer balance del pasado y escoger buenos propósitos para el futuro. Por ello me ha parecido que podría dedicar esta última trastienda digital de 2023 a proponer un ejercicio de reflexión sobre la evolución de lo digital.
Todo lo digital es artificial. Las muchas personas, empresas e instituciones que han contribuido a la expansión de lo digital lo habrán hecho con alguna intención o intenciones, con propósitos más o menos compartidos. Mi propuesta es intentar la identificación de estas intenciones o propósitos a partir del registro de la aparición en el tiempo de hitos significativos en la historia de lo digital, como los compilados en la tabla adjunta.
Se observa que la transición digital se ha ido desplegando durante 75 años. Se inició con la construcción del Eniac, el primer ordenador digital, y la invención del transistor, ambas en la segunda mitad de la década de 1940. Se expande ahora con los sorprendentes resultados de desarrollos de inteligencia artificial (IA) basados en el aprendizaje profundo y en técnicas de IA generativa. Entre unos y otros hitos, la panoplia de productos y servicios cuya aparición fue sonada en su momento es amplia y variada.
Desde mi particular óptica, el examen de la tabla adjunta lleva a identificar en la trastienda de lo digital tres grandes tendencias, cada una de las cuales con una intencionalidad específica y diferencial. Como en las publicaciones de pasatiempos, sugiero al lector que interrumpa aquí la lectura para dedicar unos minutos a la observación de su contenido.
Pienso que el impulso dominante hasta mediada la década de 1990 tuvo como objetivo el de superar retos técnicos. A mayor miniaturización (por ejemplo, calculadoras y relojes digitales, circuitos integrados, microcomputadores, ordenadores personales) A más velocidad, más capacidad de cálculo, más memoria. A ampliar el ámbito de lo digitalizable, inicialmente limitado al cálculo y a la lógica: consolas de juegos, discos compactos, cámaras digitales. A digitalizar las comunicaciones, primero entre grandes ordenadores (Arpanet), luego entre PC en redes de área local (Ethernet), hasta llegar a la explosión de conectividad propiciada por la www, la Word Wide Web, que Tim Berners-Lee regaló a la humanidad.
A partir de ahí la explotación de nuevos modelos de negocio basados en las cualidades de lo digital, siempre en el marco de un capitalismo a ultranza, pasó a ser el impulso dominante, más que el de abordar retos tecnológicos. Fue convirtiendo la red en un mercado en el que se ofrecía y ponía en venta información (Google), música (iTunes) y videos (Youtube, Netflix), además de todo lo que se pudiera imaginar como disponible en un centro comercial (Amazon) o un mercadillo infinito (eBay). Facebook extendió a las relaciones humanas el ámbito de lo comercializable. En la misma línea, Uber y Airbnb lo intentaron promoviéndose como abanderados de una idealizada economía cooperativa.
Visto así, lo que me parece más significativo de la nueva ola digital centrada en la IA es constatar la disposición a dar una vuelta de tuerca a la ampliación de lo comercializable por medios digitales: a hacer de la inteligencia un producto comercial. Comparado con ello, el dedicar enormes recursos de cálculo a ejecutar a ciegas algoritmos estadísticos relativamente simples me parece también importante, pero secundario.
Más sobre ello, así como sobre una tercera tendencia en la trastienda de lo digital, en la próxima columna, que será después de Reyes. Entretanto, sinceros deseos de unas Felices Fiestas.