Prestando atención a lo mucho que se publica y comenta acerca de la IA generativa se observa, además de un fervor de expectativas infladas, una notable división de opiniones. Los que hace seis meses advertían de un "riesgo catastrófico" adoptan ahora un tono más moderado. Pero siguen siendo muchos los preocupados por los riesgos del despliegue fuera de control de una tecnología para la que la sociedad en general no está ni se siente preparada. En este contexto, la alarma causada por los recientes incidentes de Almendralejo son sólo un anticipo a pequeña escala de un futuro distópico pero posible.
La situación es muy distinta entre los directivos de empresa, espoleados por consultoras y expertos que dictaminan que se quedarán atrás quienes no se apresuren a introducir en sus organizaciones una tecnología que se prevé sea cada vez más inteligente. Aun siendo conscientes de los riesgos intrínsecos derivados de la inmadurez de la IA actual, la mayoría empresarial da prioridad a identificar y aprovechar oportunidades para la mejora de sus negocios. Si la experiencia de lidiar durante años con proyectos de transformación digital sirve de precedente, una minoría conseguirá resultados espectaculares, que la maquinaria de la propaganda tecnológica se encargará de difundir a bombo y platillo. Por contra, como ha sucedido con el mantra de la transformación digital, en la mayoría de los casos los resultados estarán por debajo de las (infladas) expectativas iniciales. Una decepción que los expertos atribuirán a la falta de visión tecnológica, a carencias en el liderazgo o a las resistencias al cambio por parte de personas u organizaciones obsoletas.
En lo que sí empieza a haber un acuerdo generalizado es en asumir que las claves de una transformación digital están, más que en la tecnología, en la mente de las personas y en la cultura de los colectivos. Así pues, el reto actual consiste en articular y poner en práctica una visión de futuro en la que el uso intensivo de una IA generativa cada vez más capaz de realizar tareas hasta ahora reservadas a los humanos no represente una amenaza para los trabajadores y los puestos de trabajo.
No será fácil, dado que hasta el momento la lógica empresarial imperante en la adopción de mejoras tecnológicas ha dado prioridad a las reducciones de personal en aras de ganar eficacia y productividad. Conscientes de ello, los creadores de narrativas corporativas intentan ahora énfasis que los empleados perciban la IA como aliada para complementar y mejorar sus conocimientos y habilidades. Como una especie de asistente personal al que se podrán confiar las tareas más enojosas y repetitivas, liberando así tiempo y oportunidad para demostrar sus capacidades más valiosas. Se habla incluso de fomentar entre los trabajadores una relación simbiótica con la IA.
Conviene sin embargo tomar conciencia de que aceptar la imagen de colaboración entre un humano y un ingenio algorítmico tiene sus riesgos. Uno de los principios claves de una co-laboración sana es que las partes que colaboran tengan un estatus similar, que puedan tratarse de igual a igual. Pero una IA implantada en el lugar de trabajo es por naturaleza una extensión del capital que paga por su diseño y operación. La posibilidad real de una relación simbiótica con un instrumento de esa naturaleza es pues como mínimo cuestionable.