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La ficción de la ausencia de fricción

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Personas separadas cristal

Ilustración
generada por IA

Una de las ventajas de lo digital, siempre según sus propagandistas, es que elimina la fricción inherente a moverse por el mundo físico. Google pone toda la información del mundo a nuestra disposición sin movernos de casa. Amazon ofrece la "compra en un click", la misma distancia que nos separa de amigos con los que Facebook se presta a conectarnos. Las apps de citas suavizan el ritual de la seducción previo a establecer una relación, que tal vez luego se rompa con un escueto mensaje en Whatsapp o cualquier otra red social. Un par de toques a la app y un rider anónimo trae la pizza a casa aunque hiele o diluvie. 

A los que estudiamos Física en la escuela nos enseñaron que la fricción disipa energía. En sentido contrario, reducir el roce entre dos cuerpos materiales ahorra energía mecánica. La oferta digital de reducir la fricción lleva implícita la promesa de conservar energía, tanto física como psicológica y social. Una vez más, sin embargo, la propaganda de lo digital tiene trampa. Deforma la realidad ocultando en su trastienda las facetas de la no-fricción que no le interesan. Como el aumento, del que no me ocuparé hoy, del consumo global de energía necesario para mantener la actividad de los centros de datos que constituyen la nube

La fricción, de entrada, es necesaria incluso en el mundo físico. Es la fricción lo que mantiene a un automóvil en la carretera al tomar una curva; la que evita que los motoristas deslicen y se vayan al suelo en cada una de sus inclinadas. La fricción de los frenos es imprescindible reducir la velocidad cuando conviene. Lo explicaba bien el eslogan que una conocida marca de neumáticos popularizó con hace años con la imagen del legendario Carl Lewis: "La potencia sin control no sirve de nada". 

En el ámbito de lo digital hay también instancias en que sería de utilidad un poco más de fricción. Los comentarios acalorados en las redes sociales o en las páginas web de los diarios lo serían menos en presencia de la fricción que puede proporcionar una moderación sensata. Introducir un mínimo de fricción en determinadas interfaces podría también tener efectos beneficiosos. Pienso que los individuos serían más cuidadosos de su privacidad si al pulsar un botón de "me gusta" apareciera un mensaje del estilo de "¿Consiente que incorporemos a la información que recopilamos sobre usted la preferencia que demuestra por este contenido?". Mostrar algo así como "¿Está seguro de que difundir esta información sea beneficioso?" antes ejecutar la orden de "compartir" reduciría la propagación de noticias falsas o tendenciosas. La fricción que aportaría una regulación ex ante que hiciera a las empresas digitales responsables de las consecuencias no previstas de sus ofertas mitigaría daños colaterales que, como el deterioro de la atención o la inducción a usos compulsivos, se presentan hoy como hechos consumados e inevitables.

Sucede además que la fricción que se evita a algunas personas comporta el aumento de la que afecta a otras. Uno de los atractivos del comercio de proximidad es precisamente que "el roce engendra el cariño", un cariño que beneficia tanto al comercio como al cliente. Justo lo contrario de lo que sucede en el sector financiero, por poner un ejemplo. Algunas entidades llevan años poniendo en práctica una estrategia de reducción de oficinas y de personal que tiene como consecuencia reducir el roce con sus clientes, sin que parezca importarles la pérdida de cariño que ello comporte. Es cierto que su oferta de banca online, cuando funciona sin incidentes, reduce fricciones con los clientes preparados para aprovecharla. Pero aumenta las que experimentan los públicos que andan cortos de unas habilidades digitales que se les imponen como una obligación más que como una oportunidad. Tal vez las cosas serían diferentes si se hubiera impuesto a las entidades la obligación de reducir la fricción de una forma equitativa, asumiendo por ejemplo los costes de proporcionar una formación digital a los clientes a los que niegan o dificultan una atención presencial. 

En un video memorable cuyo visionado recomiendo, el actor Stephen Fry lee con impecable dicción una carta abierta de Nick Cave a unos jóvenes entusiasmados por la experiencia de delegar en ChatGPT el esfuerzo de escribir las letras de sus canciones. Empieza recordando que según el relato del Génesis, después de crear el mundo durante seis días, Dios descansó. "El día de descanso es significativo —continúa la carta— porque sugiere que la creación requirió un cierto esfuerzo por parte de Dios". La IA generativa, la nueva oferta digital que promete menos fricción, mayor comodidad, menor esfuerzo, también tiene trampa.