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India: la nueva potencia reclama su sitio

A punto de estrenarse como país más poblado del mundo, India impulsa su sector industrial para ser la locomotora del crecimiento global.

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Marzo 2023 / 111
Tigre sobre bandera de India

El próximo 14 de abril, según cálculos de la ONU, India alcanzará los 1.425.775.850 habitantes y reemplazará a la República Popular China como nación más poblada de la Tierra. Sus autoridades, con el primer ministro Narendra Modi a la cabeza, están empeñadas en convertir el país en un gigante industrial en cuestión de años y reclaman ya la condición de potencia en el tablero internacional.  
Mientras las grandes economías del mundo dan señales de debilidad tras el golpe del coronavirus y la posterior espiral inflacionista, India crece con fuerza. Su producto interior bruto (PIB) aumentó el 6,8% en 2022, más del doble que el de China. El Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica que este año y el que viene será el país que más crezca en el mundo: el 6,1% y el 6,8%, respectivamente. 
Apoyada en una fuerza de trabajo tremendamente joven y numerosa —la mitad de los indios tienen menos de 30 años y más de un millón de trabajadores entra cada mes en el mercado laboral—, el país aspira a convertirse en la tercera economía mundial en 2029. Por el contrario, la población china envejece con rapidez y el año pasado menguó por primera vez desde la década de 1960. Según el banco de inversiones Morgan Stanley, India tomará el relevo de su vecino del Este como locomotora de la economía del planeta y aportará una quinta parte del crecimiento global de aquí al fin de la década. 

Atraer capital extranjero será clave para que esas previsiones se hagan realidad. El Gobierno del nacionalista Modi ha dado un giro a su política industrial y, a base de incentivos fiscales, trata de convencer a las grandes multinacionales para que fabriquen en su territorio. “La gente está buscando un lugar alternativo para invertir capital”, declaró Nandan Nilekani, uno de los fundadores de Infosys, el gigante tecnológico indio, a Bloomberg. “Hacía 15 años que no veía tanto interés en India”. 
Proveedores taiwaneses de Apple ya se benefician de rebajas de impuestos para producir smartphones en India, y fabricantes chinos de la misma marca han recibido el beneplácito de las autoridades para hacer lo propio. Nueva Delhi albergará en septiembre la cumbre del G-20, una ocasión que Modi intentará aprovechar para presentar a su país como destino ideal para la inversión y subrayar su papel de contrapeso democrático al gigante autoritario chino.
Modi pretende que la industria aporte el 25% al PIB indio en 2029,  una meta que será difícil alcanzar: el peso de las manufacturas en la economía tan solo aumentó del 15,3% en 2000 al 17,4% en 2020. Vietnam, que duplicó su producción industrial en el mismo periodo, Tailandia y Taiwán han conseguido en lo que va de siglo atraer más inversión extranjera, a pesar de que India cuenta con una población joven bien formada y con excelente manejo del inglés. 

Piedras en el camino
Varios obstáculos impiden sacar el máximo partido del dividendo demográfico indio: la burocracia, la corrupción, las enormes desigualdades sociales y la precariedad de las infraestructuras, viejos problemas que lastran la modernización del país. Desde la puesta en marcha del plan de liberalización económica de 1991 —que abrió un gigantesco mercado a la inversión extranjera, eliminó monopolios estatales, rebajó aranceles y devaluó la rupia para impulsar las exportaciones—, la pobreza extrema se ha reducido notablemente, pero, al mismo tiempo, se ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres.
Otra cuestión delicada es la medioambiental. India es el segundo consumidor mundial de carbón y el tercer emisor de dióxido de carbono a la atmósfera. Con el argumento de que se trata de una fuente de energía esencial para impulsar la economía y sacar de la miseria a millones de personas, el Gobierno no ha firmado los acuerdos internacionales de reducción de emisiones y prevé seguir aumentando la producción de carbón. Su objetivo es reducir las emisiones a cero en 2070, 20 años después que la mayoría de los países.
El balance económico de los nueve años de Modi al frente del Ejecutivo es desigual. Entre sus principales errores destaca la repentina retirada de la circulación, en 2016, de los billetes de mayor denominación para combatir la corrupción y la economía sumergida. La medida, que dejó sin liquidez a muchos ciudadanos y a pequeñas empresas, sembró el caos en los bancos y estuvo a punto de paralizar la actividad económica. 
En apoyo a su plan de relanzamiento industrial, Modi ha destinado el 20% del presupuesto del Gobierno a inversión de capital. El país, que desde hace años cuenta con potentes empresas farmacéuticas y de software, pretende ahora captar inversiones en semiconductores, paneles solares y otros de los productos más demandados  hoy en el mundo.
Generar empleo de calidad en la industria y los servicios es uno de los principales desafíos que afronta el Gobierno. Muchos jóvenes indios renuncian a buscar trabajo porque escasea el empleo bien remunerado y acorde a su nivel de estudios. Aunque el índice de paro es relativamente bajo (rondaba el 7% en enero pasado), abundan los trabajos precarios y a tiempo parcial. Para seguir creciendo con fuerza, la economía india también precisa incorporar a más mujeres al mundo del trabajo, pues el nivel de participación femenina en el mercado laboral es de los más bajos del mundo. 

Potencia nuclear
Desde su independencia del Imperio británico, India se abstuvo de tener un papel activo en la diplomacia mundial —fue durante décadas uno de los miembros más destacados del Movimiento de Países No alineados—, pero su actitud ha cambiado y ahora busca hacer oír su voz en el terreno de juego geopolítico. Potencia nuclear, reclama desde hace años sin éxito un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU junto a los cinco países ganadores de la II Guerra Mundial.
El Gobierno de Modi ha mantenido una posición equidistante ante la guerra en Ucrania y se ha abstenido en las votaciones de Naciones Unidas que censuraban la invasión rusa. Mientras Europa reducía al mínimo las importaciones de hidrocarburos rusos a un alto coste social y económico, India ha multiplicado por seis las compras de petróleo ruso. 
Modi practica la llamada política del multialineamiento, que le permite ser amigo de EE UU y de Rusia al mismo tiempo. El objetivo estratégico es seguir jugando a dos bandas, mostrándose dispuesta a pactar con cualquier bloque sin antagonizar al otro, y servir de puente entre el Este y el Oeste y entre el Norte y el Sur. Es el único país que se ha sumado tanto a la iniciativa Quad, impulsada por EE UU con el objetivo de contener a Pekín —de la que también forman parte Japón y Australia—, como a la Organización de Cooperación de Shanghái junto con China y Rusia.
Aunque todavía lejos del poderío militar chino, India ha aumentado su gasto en defensa en los últimos años y ya cuenta con un submarino nuclear y un portaaviones. “La transición hacia la potencia global se apoyará en la fuerza económica y militar”, declaró el diplomático indio Navdeep Suri a la agencia AFP. “Aún tardaremos un tiempo en conseguirlo”.
A pesar de sus errores en el terreno económico y del trato discriminatorio que su Gobierno dispensa hacia la minoría musulmana (el 14% de la población), Modi goza de un apoyo cercano al 70% entre los votantes, y se da por seguro que su Partido Popular Indio (BJP) ganará de nuevo las elecciones en 2024. En un discurso pronunciado en agosto para conmemorar los 75 años de la independencia, el primer ministro pidió a la población que se preparase, nada más y nada menos que para “dominar el mundo”. “Tenemos que hacer de India un país desarrollado en los próximos 25 años”,  proclamó Modi agitando el puño. Es un objetivo tremendamente ambicioso, pero no descabellado, pues muchos analistas vaticinan que la renta per cápita del país podría acercarse a la de algunos países ricos en apenas un cuarto de siglo.