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Sentido y evolución de un modelo alternativo

El sistema de finanzas éticas se ha convertido en pieza esencial de las economías transformadoras

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Diciembre 2022 / 108

Ilustración
Andrea Bosch

El Sistema de Finanzas Éticas (SFE) es el resultado de hacer frente a las disfunciones sociales y ecológicas existentes en nuestra sociedad. Son unas actividades que están siendo desarrolladas por la diversidad de realidades parabancarias, bancarias y aseguradoras que configuran el sistema. El apoyo al conjunto de proyectos  que estas organizaciones llevan a cabo está  contribuyendo, progresivamente, a afrontar las causas estructurales que están en el origen de los problemas a resolver.
En la década de 1960, los escándalos públicos de corrupción en EE UU y los conflictos  internacionales como la guerra del Vietnam y el régimen del apartheid en Sudáfrica impulsaron una toma de conciencia crítica ciudadana sobre la capacidad de decidir el uso de sus ahorros de forma coherente con sus valores. En paralelo, en la década de 1970 se constató que los países empobrecidos del Sur estaban excluidos del sistema financiero internacional. Surgieron, en consecuencia, numerosas redes de financiación locales asociadas en muchos casos al microcrédito. El SFE nació para resolver la incoherencia entre los valores críticos y el uso convencional, con frecuencia perjudicial, de los recursos generados por la sociedad (ahorro en el sistema bancario, fondos de reserva del mundo asegurador, etc.). 
El SFE, inicialmente, ponía el acento en la exclusión de determinadas inversiones con impactos negativos en lo social y en lo ecológico (armamento, actividades contaminantes, inversiones especulativas…). De forma paulatina  se fueron incorporando criterios positivos que han favorecido la inversión en actividades con impactos sociales y ecológicos estructuralmente transformadores (energías renovables, cooperativismo de vivienda en cesión de uso, agroecología y reactivación del mundo rural, servicios a personas, cultura contrahegemónica…).
 
Nuevo paradigma
El SFE es una pieza esencial de las llamadas economías transformadoras. Como afirma Nina González, “las finanzas éticas nos hemos visibilizado como un engranaje necesario para las economías transformadoras poniendo de manifiesto una apuesta para construir colectivamente un sistema de financiación ético, integral y democrático”. El SFE está influyendo en la sociedad y, en consecuencia, en el debate político y en las políticas públicas. Los valores y los criterios que lo definen y su puesta en práctica están consolidando un nuevo paradigma en el sistema financiero.
Un nuevo paradigma que fomenta las actividades productivas socialmente útiles, que contribuye a la reconversión de sectores insostenibles en usos centrados en las personas, las sociedades y el medio natural del que forman parte y que contribuyen, también, a la producción y comercialización de proximidad, así como a la promoción de un cambio cultural tal como describe Ugo Biggeri cuando afirma: “El valor del dinero no está en el dinero como tal, sino en las personas que lo usan, en las relaciones que favorece y en el bien común que crea”. Se trata de un cambio cultural imprescindible para una transición ecosocial que modifique de raíz el sistema socioeconómico imperante.
Una transición ecosocial, como plantea Jordi Garcia Jané, entendida como el conjunto de cambios económicos, políticos y culturales necesarios para que todas las personas puedan satisfacer sus necesidades fundamentales dentro de los límites biofísicos del planeta y que plantea, de forma imperativa, la necesidad de asumir que la economía debe ser un subsistema supeditado al sistema social y al sistema ecológico.
La transición ecosocial se construye a partir del crecimiento de una economía plural transformadora, en manos de la pequeña y mediana empresa, de la economía social y solidaria y de las administraciones públicas, que ponen en práctica los valores de la sostenibilidad social y ecológica y que pueden garantizar, en definitiva, los bienes y servicios necesarios para la dignidad de la vida humana. 
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas proviene de acuerdos, cumbres y conferencias internacionales anteriores que fueron incumplidos de forma sistemática y que no fija responsabilidades que faciliten su cumplimiento. Con todo, es cierto que la agenda propone un conjunto de acciones de carácter integrado que abarca las esferas económica, social y ambiental que pueden permitir emplazar a los poderes públicos y a las empresas con relación a acciones concretas que hagan posible su cumplimiento.
En este sentido, el apoyo del SFE al desarrollo de una economía plural transformadora puede contribuir, ya lo está haciendo, a erradicar la pobreza  (ODS 1) y el hambre (ODS 2), reducir la desigualdad social (ODS 3, 4, 5 y 10), transformar el modelo de producción y consumo y poner fin a la crisis ecológica (ODS 6,7,9, 11, 12, 13,14 y15). Asimismo, el SFE puede contribuir a la generación de comunidades territorializadas en el mundo urbano y en el mundo rural, autogobernadas, solidarias y resilientes.
 
Profundidad
Como hemos afirmado, el SFE, en su diversidad, es un instrumento relevante para transformar el modelo socioeconómico hegemónico. Esta potencialidad transformadora opera con más profundidad cuando el SFE aplica, como sostiene Raimón Gassiot, en su estrategia y en su operativa diaria los valores cooperativos de la economía social y solidaria: estando al servicio de las personas, distribuyendo equitativamente la riqueza generada, teniendo una gestión democrática y participativa e incorporando en su actividad criterios de sostenibilidad social y ecológica. La aplicación práctica de estos valores garantiza que el SFE se ajuste a su papel de herramienta estructuralmente transformadora.
La coherencia entre los principios y las prácticas del SFE se sustenta en los criterios de evaluación ética y social que observan la responsabilidad ética, social y ecológica de los proyectos que solicitan financiación, en la aplicación del principio de transparencia que posibilita que las personas físicas o jurídicas ahorradoras conozcan el destino sus ahorros y en el seguimiento derivado de la obtención del sello Ethsi por parte de las entidades del mundo asegurador. Y, también, en el trabajo desarrollado anualmente de forma transversal por el Observatorio de las Finanzas Éticas de FETS.
La crisis sistémica es incuestionable. La importancia del SFE cobra relevancia. Los retos que debe afrontar el SFE son aún más considerables. Parece imprescindible, tal como se puso de manifiesto en la pasada asamblea anual de Febea celebrada en Barcelona, que el SFE avance en su reivindicación de pertenencia a otra economía, la economía social y solidaria. Esta economía, en ningún caso,  debe confundirse con la crematística especulativo-financiera apoyada en una codicia sin fin donde las personas, las sociedades y la naturaleza no son más que meros recursos.