Henry Kissinger, ideólogo de la política exterior estadounidense durante la presidencia de Richard Nixon (1969-1974) y uno de los más distinguidos villanos de la segunda mitad del siglo XX, publicó en 1994 un libro bastante interesante y muy aburrido titulado Diplomacia. En él demostraba, con ejemplos históricos, que la diplomacia es completamente ajena a cualquier noción de ética, o incluso de moral, y que lo único que importa en las relaciones entre Estados soberanos es el realismo. O realpolitik, si prefieren uno de esos términos alemanes tan precisos.
El libro es largo e, insisto, poco ameno. Se lo resumo en pocas palabras, de forma áspera pero exacta, con un viejo refrán: “Tanto tienes, tanto vales”. Ya está. Ya saben lo fundamental de la diplomacia.
Unos tienen y otros no
Por más que digan los textos fundacionales de la ONU y la Carta de los Derechos Humanos, hay países que importan, los que tienen (armas nucleares, petróleo, gas, una voluminosa producción de alimentos o lo que sea), y hay países que no importan en absoluto porque no tienen nada. Eso se traslada a las personas.