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El anzuelo de la personalización digital

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Transformación digital

Según el Génesis, Dios creó el mundo en siete días y luego descansó. El empeño en digitalizar el mundo, o el de crear un mundo digital paralelo al analógico, lleva ya ocho décadas de historia, pero así todo no muestra síntomas de detenerse. Resulta pues oportuno indagar por su propósito, visualizar hacia dónde nos lleva.

El avance de la digitalización se sustenta en dos motores, el capitalismo y la tecnología. Ambos tienen en común su ambición desmedida. Consideran como “natural”, sin más explicaciones, el derecho a ampliar sus dominios con pocos límites y menos restricciones. A los interesados en la lógica y la ideología del capitalismo de mercado recomiendo la crítica que Karl Polanyi plasmó en La gran transformación. Una crítica extensible a la alianza entre tecnócratas e inversores de capital riesgo, que es a la vez el motor y el combustible con el que Silicon Valley lidera el impulso al proceso de digitalización global.

Una de las características de este proceso es la multiplicación de las ubicaciones de los artefactos digitales, que devienen así en artefactos cada vez más personales. En los años sesenta del siglo XX, los ordenadores estaban confinados en salas a las que sólo tenía acceso un elenco muy restringido de técnicos. La invención del PC a principios de los ochenta añadió poco a poco un electrodoméstico a cada domicilio y un ordenador a cada mesa de trabajo. Al convertirse en portátil, el PC se hizo también más personal: empezamos a llevarlo de un lado a otro en la mochila. Más adelante, la promoción de lo smart ha puesto un ordenador en cada bolsillo y en muchas muñecas. Ahora, mientras Apple nos tienta con llevar un ordenador pegado a la cabeza, tapando los ojos, otros sueñan en ir más allá invadiendo el cerebro.

El contacto cada vez más íntimo y frecuente con lo digital propicia cambios en la disposición de las personas a pensar, sentir y actuar de manera autónoma y consciente. Prestar atención a mareas desbordantes de información quita tiempo para pensar y disminuye el aliciente para hacerlo. El elevado contenido emocional de muchos contenidos en las redes propicia reacciones emocionales igualmente intensas, además de comportamientos compulsivos o incluso adicciones. La popularidad de los influencers apunta a la disposición de sus seguidores a ser influenciados y a tomarlos como modelos de comportamiento. Al conllevar la captura masiva de datos privados, la personalización ha vuelto más vulnerables e influenciables a muchas personas.

Los conversadores automáticos como ChatGPT y similares están propiciando otra vuelta de tuerca a este proceso. Inflection AI, una empresa que cuenta con el creador de LinkedIn (hoy propiedad de Microsoft) como uno de sus fundadores, promueve PI como una "IA personal", capaz de actuar como "entrenador, confidente, socio creativo, caja de resonancia y asistente", "diseñada para brindarte apoyo, ser inteligente y estar ahí para ti en cualquier momento", proporcionando "un conocimiento infinito" basado en tus intereses únicos. Hasta aquí, esta propuesta de marketing se me antoja algo exagerada. Cuando se le añade que "sobre todo, estoy aquí para ti", suena directamente como una mentira. Miedo me da.