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Externalidades de lo digital

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Ordenadores enchufados

Ilustración
generada con IA

Creo poder asegurar, amable lector, que si le pidiera que apuntara en un papel las características que considere como más relevantes de lo digital, su lista no contendría las tres que quisiera destacar en esta columna: (1) Todo lo digital es artificial; (2) todo lo digital necesita un soporte material; (3) los procesos de todo lo digital consumen energía.

Los usuarios domésticos sabemos de la necesidad de conectar al suministro eléctrico nuestros ordenadores, portátiles, móviles y tabletas. Somos, no obstante, poco o nada conscientes de cuánta energía consumen (mi iMac, entre 40 y 80 vatios) y qué proporción ello representa del total de nuestra factura de electricidad. Nuestra consciencia es menor aún acerca de la energía requerida para mantener en funcionamiento los miles de centros de datos que constituyen la nube. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, el consumo mundial de electricidad de esos centros ascendió a 577 TWh en 2022, estimándose que alcance los 820 TWh en 2026. Una cuarta parte de este aumento de la demanda, que equivale al consumo anual de electricidad en España (236 TWh), se atribuye a las grandes necesidades de cálculo de los sistemas de inteligencia artificial (IA).

La estrategia de las grandes tecnológicas, por supuesto conscientes de la magnitud de estas cifras, pasa por instalar centros de datos en ubicaciones que tengan garantizado el suministro de electricidad y se basen preferentemente en energía renovables. Un equilibrio éste que puede no resultar sencillo. Una muestra de ello es la inversión de 650 millones de dólares por parte de Amazon en un centro de datos en Pensilvania, que se abastecerá de una central nuclear situada justo al lado. Amazon ha anunciado también una inversión de 15.700 millones de euros en una mega-red de centros de datos en Aragón, cuyo Gobierno está apostando por la producción de energía verde para atraer inversiones. Así y todo, las previsiones apuntan a que la demanda global de energía limpia por parte de las tecnológicas crecerá con mayor rapidez que la capacidad de las empresas eléctricas para satisfacerla, lo que puede obligar a recurrir a la energía producida en centrales de ciclo combinado.

La energía no es el único insumo que requiere lo digital. El 40% del consumo eléctrico de los centros de datos se utiliza para disipar el calor que generan, lo que en muchas ocasiones se consigue utilizando grandes cantidades de agua como refrigerante. Un agua que, por mucho que se pueda reutilizar, ha de estar disponible, lo que en estos tiempos no puede garantizarse en las zonas secas. También consume grandes cantidades de agua la producción de circuitos integrados, los motores de los procesos digitales. A los interesados en profundizar en estos temas recomiendo la lectura de un número especial de The Economist, dedicado a "Where the Internet lives". 

Hay otras externalidades de lo digital. Las proclamas tecnocéntricas a favor de las bondades de la innovación disruptiva y la destrucción creativa acostumbran a soslayar la cuestión de quién paga la factura de los platos rotos. El coste social de los despidos derivados de la automatización, por ejemplo, o el de la distorsión que la oferta de Airbnb y similares genera en el mercado de la vivienda en determinadas áreas urbanas. Costes que no estaría de más pasar a los disruptores como una responsabilidad inseparable de su derecho a reclamar la parte del león de los beneficios derivados de su actividad. 

Insistiré una vez más en la conveniencia de no dejarse llevar así como así por los mensajes buenistas de los propagandistas de lo digital; de tratar de examinarlos desde más de un ángulo. Acabaré con un ejemplo. Marc Andreessen, un reputado inversor de Silicon Valley y un notable sofista, publicó hace años un muy comentado panfleto con el sugerente título de Por qué el software se está comiendo el mundo. Se trata, como es obvio, de un abuso de lenguaje. El software no está para comerse nada; los tragaldabas son en todo caso quienes utilizan el software como herramienta disruptiva. Así y todo, la cuestión que surge una vez se acepta ese lenguaje es que ningún alimento es nutritivo al ciento por ciento. Que toda ingesta alimentaria comporta la generación de excrementos que acaban en la alcantarilla. Dejo como ejercicio identificar cuáles son en este caso.