El lema del alterdigitalismo es posibilista. No reniega de la digitalización; tampoco de la tecnología en general. Se limita (si eso es limitarse) a sostener que "otra digitalización es posible".
La referencia a “otra digitalización” apunta a la necesidad de alternativas explícitas a planteamientos como los que Mark Andreessen, uno de los líderes de la comunidad de inversores de capital-riesgo en Silicon Valley, desgrana a lo largo de las veinte páginas de un manifiesto tecno-optimista, que incluye afirmaciones como: "Nuestra civilización está construida sobre la tecnología [...] Danos un problema real del mundo y podemos inventar una tecnología que lo solucione".
Su manifiesto explicita una larga lista de creencias, entre las que destacan la fe en el poder combinado de la tecnología y del libre mercado. Sostiene que "el avance de la tecnología es una de las cosas más virtuosas que podemos hacer", porque "conduce a la abundancia material para todo el mundo". Una abundancia que considera requisito previo a abrir espacios para la religión, la política y la libertad de elegir cómo vivir, tanto por los individuos como por la sociedad. Añade a ello la convicción de que el libre mercado es el modo más eficiente de organizar una economía tecnológica, ya que aprovecha lo mejor de cada individuo, al contrario de lo que según él sucede en las economías de planificación centralizada.
Los planteamientos de Andreessen son sesgados, y como tales se han criticado desde medios tan diversos como el New York Times, el Financial Times o Wired. No incluyen siquiera un asomo de crítica ni a una visión materialista del mundo, ni al fundamentalismo de mercado. Tampoco reconocen que la historia del desarrollo tecnológico incluye tanto beneficios como daños colaterales.
Sucede, sin embargo, que el mejor modo de promover una alternativa a sus argumentos no consiste en intentar desacreditarlos. Al igual que sucede con todos los fundamentalismos, el de Andreessen y sus seguidores es inmune tanto a los argumentos racionales contrarios a su fe como a los datos que desmienten sus creencias. La propuesta de un futuro alterdigitalista, de una expansión de lo digital más respetuosa con la ética y la democracia, con los valores humanos y sociales, no puede basarse en descalificar aquello a lo que se opone, sino en una declaración de valores y una propuesta de acción en positivo que la gente pueda compartir.
Conviene para ello que el impulso al alterdigitalismo evite la tentación de reinventar la rueda, aprovechando en cambio la experiencia y conocimientos adquiridos a lo largo del tiempo sobre las interacciones entre tecnología y sociedad. Mucho más cuando los expone desde una universidad tecnológica como el MIT un economista como Daron Acemoglu, para algunos candidato al Nobel de Economía.
En las más de 500 páginas de su último libro, Poder y Progreso: Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad, Acemoglu sostiene, en contra de quienes establecen una correspondencia biunívoca entre los avances tecnológicos y el progreso, que los últimos mil años de historia están plagados de inventos, los del ámbito digital incluidos, que no trajeron nada parecido a una prosperidad compartida. Su exposición, muy crítica con una expansión de lo digital que ha derivado en la problemática concentración de poder político, económico y social en las grandes empresas del sector tecnológico, es munición básica para la causa del alterdigitalismo. Anticipo que su análisis de la historia es más convincente que sus propuestas de solución, que se me antojan más propias de un académico que de un activista. Pero por algo se empieza. Más sobre todo ello la próxima semana.