Para la próxima vez
Necesitamos invertir en nuevos sistemas de información para prever catástrofes y desplegar medidas de ingeniería hidráulica que complementen las soluciones basadas en la naturaleza
Los sistemas de prevención y alerta no forman parte de nuestra formación como ingenieros de caminos, canales y puertos, pero la catástrofe producida en Valencia nos ha recordado varias cuestiones esenciales sobre la información hidrológica y su utilidad en la prevención de riesgos.
La conocida como pantanà de Tous de 1982 puso en marcha un ambicioso sistema automático de información hidrológica, el llamado SAIH. El primero que se implantó en España fue, precisamente, el de la Confederación Hidrográfica del Júcar, en 1984. Gracias a los avances tecnológicos de los últimos 40 años, los SAIH de que disponemos hoy aportan información en tiempo real sobre pluviometría, temperatura, cantidad de agua embalsada y caudales circulantes. Sin embargo, no permiten saber qué va a suceder. Lo acontecido nos ha mostrado con extrema crueldad la importancia de poder preverlo.
Con la ayuda de la inteligencia artificial (IA), hay conocimientos de ingeniería y herramientas informáticas para disponer de dicha prevención, aunque el tiempo necesario para ejecutar los modelos correspondientes puede ser incompatible con la inmediatez con la que se requieren estos pronósticos, que es de lo que se trata en estos casos. Si es importante saber lo que puede suceder dentro de dos días, más lo es anticiparse a lo que pasará dentro de una hora, como se ha visto.
Cueste lo que cueste
Tenemos información sobre la lluvia que puede producirse en una determinada zona, pero es cuando esta ha caído sobre una cuenca concreta cuando pueden estimarse los caudales que pueden fluir por los ríos y los que, inevitablemente, se desbordarán, en qué puntos lo harán y a qué núcleos de población afectarán. Estos datos son imprescindibles para activar alertas eficaces a la población. Por tanto, la administración debe implementar estos nuevos sistemas de información sin importar su coste, que, por otra parte, seguramente no sería muy elevado… y aunque lo fuera.
Estas semanas se está opinando sobre muchas medidas que podrían haberse adoptado para reducir los riesgos de inundación; algunas, razonadas con fortuna; otras, de dudoso rigor. Hay que poner orden al respecto. El funcionamiento de una cuenca no es el mismo para lluvias que tienen periodos de retorno (léase intensidades) muy distintos. Ni comportan la misma peligrosidad ni les corresponden las mismas soluciones.
Churras y merinas
En términos coloquiales, se están mezclando churras con merinas y esto solo genera confusión: algunos quieren reducirlo todo a la limpieza de cauces, a la mejora de los sistemas de alcantarillado insuficientemente preparados o a un urbanismo carente de sistemas de drenaje urbano sostenible… Pero si nos enfrentamos a eventos de la gravedad de la última dana, no dejan de ser medidas anecdóticas. Para evitar los daños que provocan episodios como este, tenemos que emprender actuaciones de mayor envergadura e inversión.
Entre estas medidas están las llamadas "soluciones basadas en la naturaleza" (SbN), que nos vienen avaladas, casi impuestas, desde otras regiones de Europa cuyo clima, orografía e hidrografía son muy distintos. No se trata de que no sean buenas soluciones, pues las SbN para la gestión del agua permiten mejorar el uso de los recursos hídricos, actuando en la cabecera de las cuencas hidrográficas y regulando los flujos naturales mediante infraestructuras verdes y medidas naturales.
Pero sería un error contraponer estas soluciones a otras medidas de ingeniería hidráulica, como son las presas o los encauzamientos, que algunos consideran anticuados, a pesar de que su eficacia está más que demostrada. Las soluciones basadas en la naturaleza no siempre son posibles ni suficientes para frenar grandes riadas. Son medidas que deben complementarse con actuaciones más tradicionales. No son soluciones contrarias.
Nos explicaremos con un símil médico: la higiene es muy importante y nos previene de contagios, pero no nos inmuniza frente a una enfermedad muy grave. Para estas es necesario disponer de fármacos y vacunas que, naturalmente, se han de administrar con inteligencia, solo si resulta necesario y atendiendo las indicaciones de los profesionales sanitarios. Sería catastrófico que nos dejáramos arrastrar por suprimir todos los medicamentos o todas las vacunas. Pues bien, eso es lo que ha sucedido en lo que va de siglo, o incluso antes, con la ingeniería hidráulica clásica. La sociedad, incluidos muchos gobernantes y profesionales, se ha dejado arrastrar por estos influencers, y eso ha derivado en desprotección.
Proyectos pendientes
A todo ello se suman proyectos pendientes de ejecutar que se conocen desde hace décadas. Pero las prioridades presupuestarias de gobiernos de todos los signos han sido otras. De ahí que resulte más incomprensible y repugnante la costumbre de echar la culpa al contrario, en lugar de sumar esfuerzos en la misma dirección. Hay que prestar ayuda inmediata a los damnificados, lograr un pacto para mejorar los sistemas de prevención y ejecutar lo antes posible las obras necesarias para que una catástrofe como esta no vuelva a suceder.
Cabe profundizar en qué motivos, además de los económicos, paralizan los proyectos.
El respeto al territorio y la protección del medio ambiente están muy arraigados en la sociedad. Así debe ser. Pero no hay que confundir ese respeto con posturas egoístas, fanáticas o absurdas. Debemos tener claras las prioridades y la prevalencia del interés general sobre intereses particulares.
No se trata de llevar a cabo una involución, y esto lo deberían entender las asociaciones ecologistas. La Albufera, por ejemplo, también ha sido una de las grandes damnificadas de esta tragedia, pero buena parte de la culpa de que no se hayan ejecutado algunas actuaciones prioritarias se ha debido a la creencia de que solo cabe aplicar medidas “blandas”, o soluciones basadas en la naturaleza, que, por otra parte, tampoco se han prodigado demasiado.
Que no nos confundan haciéndonos creer que esas soluciones son la panacea o las únicas posibles, o atribuyendo todas las culpas al ser humano, como si este fuera el único causante de las inundaciones. Las riberas de los ríos, las llanuras litorales y las playas están formados por materiales de aluvión que se han depositado durante siglos por una infinidad de inundaciones.
No agravar el problema
La civilización eligió asentarse en estas zonas, precisamente por la proximidad del agua, la fertilidad de estas tierras de aluvión y porque su relieve llano favorece el cultivo y facilita las comunicaciones. Claro que después ha habido otros motivos, pero eso no lo podemos cambiar a corto plazo. Necesitaríamos varias generaciones: las personas necesitan vivir donde tienen su trabajo y disponen de servicios. Pero sí, este hecho ha vuelto estas zonas más vulnerables.
Por esta razón, el urbanismo y la ordenación del territorio tienen que impedir que se agraven los problemas actuales, pero no pongamos palos en las ruedas a la ingeniería hidráulica a la hora de desplegar soluciones. Porque tendremos que convivir con episodios de lluvias intensas, y debemos poder hacerlo sin temer por nuestras vidas y sintiéndonos más seguros en nuestros hogares.