Japón: los retos de la “generación perdida”
El país del sol naciente afronta el desafío de recuperar a cerca de seis millones de personas de entre 40 y 50 años cuyas carreras profesionales no pudieron despegar debido a la “edad del hielo” en las contrataciones
“Las puertas se abren solo una vez”. Con ese aforismo, los japoneses suelen describir el rígido sistema de contratación laboral que predomina en su país y se refieren a la oportunidad que tienen los estudiantes universitarios de conseguir un empleo en una gran empresa cuando terminan sus estudios. Es un contrato que debe significar el arranque de una carrera profesional, con ascensos y mejoras salariales regulares.
Las puertas, sin embargo, no se abrieron en 1991, ni en 1992 ni en los años siguientes, y cientos de miles de estudiantes se dieron con las puertas en las narices y quedaron desorientados. Muchas de las grandes compañías que solían presentarse en las universidades en busca de los mejores alumnos para ofrecerles un empleo dejaron de acudir a esa cita y restringieron al máximo las contrataciones.
La “edad de hielo”, como califican los economistas esa época, se había apoderado de Japón y había atrapado a millones de jóvenes. La economía nipona se había colapsado tras el estallido de las burbujas inmobiliaria y bursátil y entraba en una dilatada y profunda crisis, caracterizada por las bajas tasas de crecimiento y la deflación, que se prolongó cerca de dos décadas. Las empresas redujeron drásticamente las contrataciones y muchos graduados universitarios se encontraron, de la noche a la mañana, con grandes dificultades para conseguir un trabajo estable. El concepto japonés de un empleo para toda la vida en una gran corporación había saltado por los aires.
Carreras truncadas
Durante esa era glacial del empleo, muchos jóvenes fracasaron en la búsqueda de un trabajo a tiempo completo. Esta dinámica se ha consolidado con el paso del tiempo, como subrayan las estadísticas oficiales, que señalan que el empleo a tiempo parcial en Japón ha pasado del 11,6% en 1995 al 25% en 2022. De esta cifra, entre cuatro y seis millones de trabajadores tienen entre 40 y 54 años y configuran la llamada “generación perdida”, un colectivo de personas que vieron truncadas sus carreras profesionales al colapsarse la economía nipona y desde entonces sobreviven con trabajos a tiempo parcial y mal pagados.
A su vez, los jóvenes que lograron un empleo a tiempo completo tampoco lo han tenido fácil para progresar. Cuando se incorporaron a sus empresas tropezaron con grandes dificultades para avanzar en sus carreras. Los trabajadores de mayor edad, contratados en la época de la burbuja económica, se atrincheraron en sus puestos, con buenos sueldos y más experiencia laboral, y les cerraron el paso. Esta pugna complicó la proyección profesional de la generación perdida, cuyos miembros aún luchan hoy en día por mejorar el salario y competir profesionalmente con los grupos de más edad y con los jóvenes, más agresivos y mejor preparados.
Las encuestas del Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar confirman la inferioridad de condiciones en que se hallan los miembros de la generación perdida. En cuanto a salarios, los datos señalan que los que tienen entre 40 y 50 años vieron crecer su nómina mensual solo 1.000 yenes (6,3 euros) en 10 años, frente a alzas de más de 10.000 yenes que recibieron los jóvenes de entre 20 y 30 años en ese tiempo.
Parecidos registros se observan en el acceso a puestos directivos. La proporción de personas de 50 años o más que ocupan cargos altos ha bajado en los últimos años. En cambio, se ha incrementado la presencia de miembros de generaciones más jóvenes y más mayores, según las mismas fuentes oficiales.
El panorama se configura a partir de una menor contratación empresarial y una escasa movilidad por parte de la generación perdida. Esta suma de factores ha provocado que gran parte de sus integrantes —más de 23 millones de los 69 que forman la población activa japonesa—, tengan una experiencia laboral limitada, circunstancia que les restringe las oportunidades de cambiar de trabajo y mejorar su vida profesional. Así, mientras que el 40% de los trabajadores menores de 30 años obtienen aumentos salariales al cambiar de trabajo, esta cifra no llega al 30% en el caso de la generación perdida.
Más parados
En ese contexto, no es extraño que la tasa de desempleo entre los miembros de la generación perdida sea tres veces más alta que la cifra de paro global, que en 2023 fue del 2,58%. El colectivo de entre 45 y 49 años registra un porcentaje de parados del 8,2% y el de hasta 54 años, del 8,43%. Son cifras preocupantes, a la que se añade la de más de 900.000 personas que se graduaron tras el estallido de la burbuja económica y en 2020 aún no habían encontrado un empleo estable.
Esta suma de factores dibuja un futuro muy sombrío para este colectivo de japoneses, que suman un tercio de la población activa del país. El panorama ensombrece aún más un estudio del Consejo Central de Información de Servicios Financieros según el cual la proporción de personas de entre 40 y 49 años con activos financieros inferiores a un millón de yenes (6.335 euros) aumentó más del doble entre 2003 y 2023, hasta alcanzar el 14%.
Estos datos han encendido las alarmas en amplios sectores económicos y políticos del país. Yusuke Shimoda, economista sénior del Instituto de Investigación de Japón, señaló a la revista Nikkei Asia que estas cifras advierten de que la generación perdida podría enfrentarse a una jubilación difícil, a menos que se adopten medidas para remediarlo.
Esperanza de vida
El asunto es que los problemas se acumulan para este colectivo a medida que envejece. No solo corre el riesgo de quedar atrapado en un ciclo en el que no perciban ni aumentos de sueldo, ni ascensos y sus ingresos disminuyen mientras crece el coste de la vida. Lo más grave es que pueden acabar recibiendo una pensión muy baja o ninguna, circunstancia que podría empujarles a recurrir a la asistencia social, lo que, a su vez, dispararía los gastos del Gobierno japonés en materia de bienestar social. Es un dispendio que el Instituto Nacional para el Avance de la Investigación estima que elevaría las necesidades de financiación de la seguridad social japonesa en 20 billones de yenes (130.000 millones de euros) para poder afrontarlo.
Se trata de un reto complejo para el Gobierno japonés, que ha tardado años en asumir los problemas de esta generación de la era glacial del empleo, un desafío que crece con el paso del tiempo, ya que Tokio también debe garantizar el bienestar social de sus mayores a corto y medio plazo. Es un lance enrevesado dada la larga esperanza de vida de la población japonesa y la caída de la tasa de natalidad.