30 — DISTANCIA SOCIAL // Día 11
Las palabras no son neutras, están llenas de connotaciones. Y según como se digan las cosas estas adquieren un significado particular.
Las palabras no son neutras, están llenas de connotaciones. Y según como se digan las cosas estas adquieren un significado particular.
Esta semana hemos asistido al rifirrafe europeo para decidir qué tipo de ayuda se concede a los países que van a tener que endeudarse para hacer frente a la crisis sanitaria y sus efectos económicos. Al final la noticia es que se dota un fondo de 540.000 millones de euros. Para alguien no ducho en economía o en cuestiones comunitarias el debate puede resultar esotérico. Si al final llega el dinero, qué más da. Pero la cuestión es más importante de lo que puede parecer a simple vista.
Hay casi certeza de que el curso escolar está perdido y que los niños no volverán a la escuela hasta septiembre. Otra de las desgracias que ahora no se discuten porque el tema sanitario pasa por delante.
Los pasaportes han transformado la política de los países ricos. En tiempos en los que las fronteras se han abierto a los movimientos de mercancías y capitales, las fronteras se han cerrado para las personas sin dinero. Los extranjeros pobres provenientes de países extracomunitarios son vistos como un peligro. Sobre el miedo al extranjero se ha centrado el crecimiento de la extrema derecha. Y este supuesto del peligro de ser invadidos ha servido para justificar políticas inhumanas, como el encarcelamiento en CIES, la brutal acción militar en el Mediterráneo, el trato indecoroso a los demandantes de asilo o de papeles. Son políticas que han tenido su complemento social en prácticas xenófobas y racistas.
Hoy había una convocatoria para colocar sábanas blancas en los balcones en defensa de la sanidad pública. Para una inmensa mayoría de la población, el sistema sanitario público se ha convertido en su mayor motivo de esperanza. Todo el mundo es consciente de que sin buen equipamiento sanitario, sin personas eficientes, abnegadas y, en lo posible, empáticas, estaríamos viviendo un auténtico desastre. Y nos reconforta saber que, a pesar de las limitaciones, esto es así.
Viajar, ir de vacaciones, de fin de semana, es una de las actividades con más atractivo social. El primer día que pasé por el banco tras mi jubilación, el director me preguntó si había planificado hacer unos cuantos viajes. Es lo habitual entre la gente que tiene unos ingresos por encima de la subsistencia. Los pobres no viajan. A lo sumo vuelven de vez en cuando a su pueblo o país de origen.
Hay un gran movimiento sobre la tragedia de las residencias. Desamparo, falta de medios, desinformación, contaminación... Es una suma de problemas que se abaten sobre unas personas en estado precario de salud, víctimas propiciatorias del virus.
Aun por esperada, la caída de los cotizantes a la Seguridad Social nos da una magnitud de la tragedia. Sobre todo porque no se trata de personas a las que se ha aplicado un ERTE y, por tanto, van a cobrar una modesta pensión mientras dure el confinamiento, sino que lisa y llanamente se han quedado sin contrato. Muchos no cobrarán nada, a menos que se ponga en marcha otro tipo de subsidios, porque no tendrán el tiempo de cotización requerido para cobrar el desempleo.
Llevamos días encerrados. Al principio, resignados, con ánimo solidario y espíritu cívico. Pero el paso del tiempo todo lo deteriora y más sin saber ni cuándo acabará ni qué vendrá después. No todo el mundo tiene ni los mismos medios materiales, culturales, sociales ni psicológicos para encarar la situación. Ya empiezan a aparecer informes que hablan de problemas psicológicos. Y uno de los males que acabará por aparecer es la ira.
En el mar de incertidumbres en el que estamos, hay algo sobre lo que podemos estar bastante seguros: el aumento de la deuda. Especialmente, de la deuda pública generada por una caída de ingresos fiscales y un aumento del gasto público. Es totalmente necesario para impedir que la tragedia se convierta en catástrofe. Endeudarse es, de momento, la única opción realista. Lo malo es que después hay que ver cómo se paga.
Hace unos días aceptamos la orden gubernamental de aislarnos. Nos adentramos en una experiencia nueva, excepto para religiosos, que no sabemos ni cuándo ni cómo acabará. Vivimos en un mundo de incertidumbre y pensamos que quienes están al mando tienen un plan claro del camino a seguir.
Cada tarde a las ocho estamos convocados a un ritual. De agradecimiento a la gente que está haciendo un sobreesfuerzo y exponiendo más su salud. También para dejar por unos minutos de sentirnos solos. De reconocernos como parte de una comunidad.
Hoy hemos tenido acceso a los datos sobre afectación de la covid en las distintas áreas de salud. Como todo dato estadístico es, a la vez, útil y limitado. Sirve para dar pistas de por dónde van las cosas. En este caso vuelven a confirmar lo que hace años cuentan los especialistas en salud pública. Que la salud va por barrios, y que las desigualdades de renta y salud van de la mano.
Las élites siempre tratan de hacernos creer que su posición se debe a su superioridad moral, a su mejor comprensión de la realidad. Circunstancias como las que vivimos ponen a prueba su capacidad para demostrar sus méritos y estos días algunos se están empleando a fondo. Son toda esta serie de famosos que anuncian donaciones millonarias y campañas de recogida de fondos.
Llevo días preguntándome por el papel que está teniendo la red hospitalaria privada en la epidemia. Las informaciones en los medios solo hablan de sobrecarga en la red pública. Con lo que les gusta a las empresas privadas lucir sus compromisos sociales es sospechoso que no se estén dejando ver. He intentado indagar qué ocurre y he recibido alguna información de que algún hospital público ha empezado a derivar enfermos a centros privados.
La falta de equipos de protección, de test de detección, de respiradores y de material higiénico se está convirtiendo en un grave problema. Seguramente no hay suficientes materiales y lo fácil es pensar que ha sido una falta de previsión, pero lo interesante es entender por qué ocurre esto. Hacerlo nos permite detectar una de las múltiples fallas del sistema económico.
Las residencias de ancianos se han convertido en una trampa mortal para muchas personas. Lo que debería ser un espacio de protección se ha convertido en uno de los territorios más peligrosos. Que esto ocurriera era algo previsible dado el modelo asistencial del país.
Juanjo Millás comentaba hoy en el Hoy por hoy que quien está salvando el país es la clase trabajadora. Y que una huelga de ricos no se notaría. Realmente si alguien puede hacer una huelga indefinida sin que tenga ningún efecto social son los ricos. A menos que hagan una huelga de capitales (una evasión masiva de dinero) y obliguen a un nuevo ajuste social.
Una de las cuestiones más duras en estos días de encierro es la de los enterramientos. Despedir a un ser querido es siempre doloroso. Y los ritos fúnebres ayudan a pasar el primer impacto. Por eso, todas las sociedades cuentan con algún tipo de fórmula que ayude en este paso. Gran parte del poder social de las religiones se sustenta en la capacidad de las iglesias en saber organizar estos ritos. Y por eso es tan importante que la gente laica sea capaz de saber crear ceremonias decentes y emotivas.
Esta semana casi todos los comentaristas celebran la vuelta a Keynes y el fin del neoliberalismo en las respuestas económicas a la crisis. Los que tenemos memoria nos suena algo parecido a lo que oímos allá por 2008, cuando “había que refundar el capitalismo”. Esta semana los comentarios venían a raíz de medidas orientadas a proteger a la gente de a pie y salvar el tejido empresarial.
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